En 1996 una paciente fue diagnosticada con degeneración espinocerebelosa, un trastorno hereditario en el que las zonas del cerebro y la médula espinal, encargadas de controlar el movimiento, comienzan a deteriorarse. Poco a poco este padecimiento avanzó hasta convertirse en cuadriplejia, que es una parálisis total o parcial de brazos y piernas.
Sin embargo, algunos investigadores de la Escuela de Medicina de Pittsburgh, comenzaron a buscar una solución. Y encontraron una forma de devolverle el control, quizá no de su propio brazo, pero sí de un brazo robótico que ella pudiera controlar con sus pensamientos.
Esto fue posible gracias a una Interfaz Cerebro-Ordenador (BCI por sus siglas en inglés) que los cirujanos implantaron sobre la corteza motora de la paciente. Este implante contiene noventa y seis electrodos dispuestos sobre la zona que se activa cuando piensa en mover su mano, y el otro sobre el área que se activa cuando piensa en mover su hombro. Estos electrodos son capaces de detectar cualquier actividad eléctrica de las neuronas subyacentes, y utilizar estos patrones para controlar el brazo robótico.
La paciente mostró un progreso rápido durante las sesiones de entrenamiento. Al cabo de una semana ella era capaz de mover el brazo hacia adentro y hacia afuera, de izquierda a derecha y arriba o abajo. Un año más tarde era lo bastante hábil como para alimentarse a sí misma con ayuda del brazo robótico. Simplemente tenía que pensar hacia dónde quería que el brazo se moviera para que esto ocurriera, con una coordinación y velocidad comparables a las de una persona sana.