Si existe la sospecha de que una persona padece malaria o que ha estado expuesta a ella, es recomendable comenzar con una visita a su médico de familia. De esta manera, el paciente puede ser canalizado con un especialista en enfermedades infecciosas.
Durante el examen físico, el médico puede comprobar el estado del bazo y las funciones neurológicas, así como alguna otra posible causa de fiebre. Normalmente los análisis de sangre pueden mostrar la presencia del parásito, ayudando a los especialistas a adaptar el tratamiento. Basados en el tipo de parásito que está causando la malaria, será posible saber si es una de las variedades resistentes a ciertos medicamentos.
Los tipos de medicamentos y la duración del tratamiento pueden variar, dependiendo de la gravedad de los síntomas, la edad del paciente, si la paciente se encuentra embarazada o si la persona ya se encuentra bajo un régimen de medicamentos.
Los fármacos antimaláricos más comunes incluyen la cloroquina, el sulfato de quinina, la hidroxicloroquina, la mefloquina y una combinación de atovacuona y proguanil.
La historia de la medicina contra la malaria ha estado marcada por una lucha constante entre la evolución de los parásitos resistentes a los medicamentos y la búsqueda de nuevas formulaciones de fármacos. En muchas partes del mundo, por ejemplo, la resistencia a la cloroquina ha hecho que este fármaco en particular resulte ineficaz como tratamiento.
Muchos científicos de todo el mundo están tratando de desarrollar una vacuna segura y eficaz contra la malaria. Aunque hasta el momento, todavía no hay vacunas contra la enfermedad que hayan sido aprobadas para su uso en humanos.
