La gente come por muchas razones diferentes. El primer paso para poner fin al apetito emocional, es identificando los factores desencadenantes personales, o dicho de otro modo, preguntarnos qué situaciones, lugares o sentimientos nos hacen buscar la comodidad de los alimentos.
Es importante tomar en cuenta que el apetito emocional no está ligado sólo a los sentimientos desagradables, sino que también puede ser desencadenado por emociones positivas, como al recompensarnos por alcanzar una meta, para celebrar un día de fiesta o un acontecimiento feliz.
Una de las causas más comunes del apetito emocional es el estrés, y es que el estrés crónico conduce a la producción de altos niveles de la hormona del estrés; el cortisol. El cortisol provoca antojos de alimentos dulces, salados o muy grasosos. Específicamente porque le dan al cuerpo una explosión de energía y sensaciones placenteras.
Comer también puede ser una forma de silenciar temporalmente las emociones o situaciones incómodas, incluyendo la ira, el miedo, la tristeza, la ansiedad, la soledad, el resentimiento o la vergüenza. El aburrimiento o los sentimientos de vacío también provocan que las personas busquen aliviar su insatisfacción, así buscan llenar o distraerse -con ayuda de la comida- de los sentimientos subyacentes, como la falta de propósito o la frustración.
Algunos niños a quienes sus padres solían recompensarlos con alimentos por tener un buen comportamiento, desarrollan sus hábitos alimenticios sobre una base emocional que suelen mantener hasta la edad adulta. En otros casos, la alimentación es impulsada por la nostalgia de los recuerdos que más atesoran.
Estar en contacto con otras personas al momento de comer, es una buena forma de aliviar el estrés, pero también puede conducir a comer en exceso. Es fácil excederse simplemente porque la comida está allí o porque todos los demás están comiendo. Por último, también se puede comer en exceso cuando nos enfrentamos a algunas situaciones sociales o de nerviosismo.
