La hemofilia es un grupo de trastornos sanguíneos hereditarios, en los que la sangre no coagula adecuadamente. El mecanismo de coagulación es un proceso que transforma la sangre, haciendo que pase de un líquido a un estado sólido. Este mecanismo se activa produciendo fibrina, que en conjunto con las plaquetas, detienen la hemorragia.
Existen varios tipos de hemofilia, todos capaces de causar un sangrado prolongado. Esto quiere decir que una persona afectada por el trastorno, puede sangrar espontáneamente o hacerlo por más tiempo que las personas sanas, cuya sangre coagula normalmente después de una lesión o una cirugía.
Los pequeños cortes por lo general no son un gran problema. La mayor preocupación para la salud (en particular para las personas con hemofilia tipo A y B) es la hemorragia interna profunda y el sangrado en las articulaciones.
Aunque los cuidados y el tratamiento para la hemofilia deben llevarse de por vida, la mayoría de las personas con este padecimiento pueden mantener una vida activa y productiva.
Sus signos y síntomas varían dependiendo de la deficiencia en nuestro cuerpo de las proteínas encargadas de la coagulación, mejor conocidas como factores de coagulación. Cuando estos niveles son demasiado bajos, algunas personas pueden experimentar un sangrado espontáneo, en cambio, cuando los niveles son moderadamente bajos, el sangrado podría ocurrir sólo después de una cirugía o un golpe.
Los signos y síntomas del sangrado espontáneo pueden incluir: moretones grandes y profundos, dolor en las articulaciones e inflamación (causada por una hemorragia interna), sangrado anormal o excesivo, la presencia de sangre en la orina o en las heces. También puede producirse un sangrado prolongado a partir de heridas o lesiones: como las cirugías o la extracción de un diente. En algunas ocasiones puede presentarse un sangrado nasal sin causa aparente, en el caso de los bebés, una irritabilidad inexplicable o la presencia de sangrado después de la aplicación de vacunas o la opresión en las articulaciones.
