La resiliencia significa ser capaz de adaptarse a las desgracias de la vida y sus retrocesos. Cuando uno tiene resiliencia, posee la capacidad de recuperación, y de aprovechar la fuerza interior que le ayuda a recuperarse de un desafío o revés; ya sea la pérdida del empleo, una enfermedad, un desastre o la muerte de un ser querido.
Por otro lado, las personas que carecen de esa capacidad de recuperación, es posible que se estanquen en los problemas, se sientan víctimas, tengan la sensación de estar abrumados o recurran a mecanismos poco saludables para hacer frente a sus problemas; como recurrir al abuso de sustancias.
La resiliencia no hace que los problemas desaparezcan, no obstante puede darnos la capacidad de ver más allá de ellos, encontrar el placer en la vida y manejar mejor el estrés. Si una persona siente que no es tan resistente como le gustaría ser, puede desarrollar habilidades para serlo. Cuando ocurre el estrés, la adversidad o algún trauma, y la ira o el dolor es algo que aún se experimenta, ser capaz de continuar funcionando, tanto física como psicológicamente es un ejemplo de resiliencia.
No es cuestión de fingir que uno es fuerte, o de portarse estoicamente, tampoco de sobrellevar las cosas uno solo. De hecho, ser capaz de buscar la ayuda de otros es un componente clave para ser resiliente. En el ámbito de la salud mental, la resiliencia ofrece protección contra varios problemas, como la depresión o la ansiedad. Si es posible, puede elaborarse un plan o tomar medidas necesarias para resolver el problema, trabajando activamente en ello.
En caso de percibir que no se alcanza ningún progreso, o no se tiene una idea clara de dónde comenzar, es hora de considerar la ayuda de un especialista de la salud. Con una buena guía, se puede mejorar enormemente la capacidad de recuperación y el bienestar mental.
